Este término tuvo un antes y un después de la salida a escena de los Jóvenes sin fronteras, en Zamora el año 1972. En ese año se celebró por vez primera en España – ¡creemos que en el mundo! – el Día de la Diócesis Misionera.

La idea estaba bien documentada, era clara. Zamora, esa pequeña diócesis del noroeste español, y cualquier Iglesia local, llega hasta donde llegan sus misioneros, hombres y mujeres nacidos a la fe y a la misión en las pilas bautismales de sus parroquias. Aquel lema inicial «Zamora no tiene fronteras. Las han roto sus misioneros», era síntesis de doctrina.

Los cauces muy diferentes, por los que estos misioneros habían salido, era lo de menos. Unos, la mayoría, lo habían hecho como religiosos a través de tantas congregaciones; otros, bastantes menos, eran sacerdotes del clero secular; había algunos, muy pocos entonces, seglares misioneros. Pero todos tenían en común algo muy grande: eran fruto y exponente de la fuerza misionera de la iglesia local de Zamora.

Esto era novedad. Conocíamos el término «Diócesis misionera», pero como una expresión teológica de vía estrecha, aplicada solamente a las iniciativas nacientes de grupos de sacerdotes llamados «diocesanos», que sin otra organización se ofrecían para cooperar con Iglesias hermanas en América (en este marco nació la primera Diócesis Misionera de Vitoria) o después con otras Iglesias en África en tareas de primer anuncio misionero.

Era tan nuevo el enfoque que nosotros dábamos al término, que a partir de ese momento las Delegaciones de Misiones entienden que tienen que abrir una sección nueva en sus organigramas: La que se dedica primero a conocer, y después a celebrar el hecho de que la fe haya enviado como misioneros a tantos hijos de esa Iglesia local. local.

Y nació el Día de los Misioneros Diocesanos, como aplicación de lo que en Jóvenes sin fronteras llamamos el Día de la Diócesis Misionera. Nosotros, como en otras ocasiones, dejamos la iniciativa en manos de las Delegaciones de Misiones.