A lo mejor suena a engreimiento, si decimos que es la palabra de más solera entre las que hemos usado en C.S.F.
Por eso, cuando hace unos años leimos la gran invitación del Papa a «hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» («Al comienzo del nuevo milenio», 43) nos pareció que esa consigna que daba a todos, en nuestro caso era aprobación a los más de treinta años de apuesta por la comunión.
Comunión es vida compartida en el origen – la vida de la Trinidad – y en la tarea.
Comunión es alegría en la diversidad, y a la vez unidad en la misión.
Comunión es lo contrario a la competitividad.
Comunión es acercamiento para conocerse, y sobre todo, compartir proyectos del otro, ver dónde puedo echar una mano.
Comunión no tiene nada que ver con ricos que ayudan a pobres. Siempre hay dones del Espíritu en los otros, incluso si son presentados como miembros de una comunidad pobre en recursos materiales.
Apostar por la comunión como estilo es aceptar que Dios ya señaló el remedio para una sociedad como la nuestra, tan intercomunicada como distante.
Para nosotros comunión es el nuevo rostro de la nueva misión.
La misión no es cosa sólo de los europeos, no es sólo de los ricos, no es sólo de antiguas comunidades. La misión sólo la realizaremos bien, si acertamos a crear los nuevos espacios misioneros en la comunión.