Cuando, al nacer, nos preguntaban ¿Quiénes sois? Nosotros nos autodefinimos, diciendo «somos para la comunidad».

Nunca dijimos «somos comunidad». Ni lo diremos nunca.

No confundamos asociación y comunidad. Son cosas distintas. Lo importante es la comunidad.

Hablábamos y hablamos de la comunidad iglesia.

Un C.S.F. debe tener en su comunidad de origen la referencia constante, el espacio de trabajo, la medida de su compromiso.

La comunidad la descubrimos nacida de la vida trinitaria. Lo mismo que le pasa a la misión, que tiene su origen en esa fuente de amor, que es la Trinidad.

Nos anima saber que comunidad y misión tienen el mismo origen, y por lo tanto ¡tienen la misma fuerza!

La comunidad nace de la misión, y existe para la misión.

La historia de la misión enseña que las comunidades nacen de otras comunidades por esqueje, esto es, porque una comunidad prestó su tallo, brindó sus posibilidades a las nuevas comunidades, que así heredan al mismo tiempo la comunitariedad y la misionalidad, el ser comunidad y el ser misión.

C.S.F. aprende y acepta que la misión no es del individuo aislado; es de la comunidad, tanto que ésta «no puede crecer, si no amplía los campos de la caridad hasta los últimos confines de la tierra y no tiene por los que están lejos la misma preocupación que siente por sus propios miembros» (AG 37)

C.S.F. no se extasía ante la comunidad. Tiene más preguntas que respuestas.

Nos preguntamos cómo ha de ser la nueva comunidad, capaz de congregar de manera actual y dinámica a los grupos humanos en este mundo concreto que vivimos.

Nos preguntamos cuál ha de ser la vida y el testimonio que dé una comunidad cristiana hoy, cuando nuestras comunidades son conocidas, examinadas con lupa, en un mundo intercomunicado.

Soñamos unas comunidades construídas de cara a la misión, que todos sus servicios se definan en función de la nueva acción misionera.

Comunidades que presentan y ofrecen tareas misioneras a todos sus miembros, sin reducir la misión a los ámbitos intraeclesiales.

Comunidades que envían, como la de Antioquía, a sus evangelizadores (Hechos 13), y que se dejan interpelar por ese diálogo de comunión que nace de la misión, y que tiene al enviado como portavoz.