Si quieres entender algo de C.S.F. este término es fundamental.
Lo primero que te decimos es que, si quieres entender lo que es la misión, tienes que pararte, sentarte, o ponerte de rodillas, ante Cristo, y preguntárselo a él.
El día de la Pascua, el día grande de la resurrección, Jesús nos dio a los suyos el primer regalo pascual. Dijo: «Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros. Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 19)
Ese hecho es fundamental. En ese envío, en esa misión estamos todos, los Apóstoles y sus sucesores los Obispos; el Pueblo de las doce tribus de Israel y todos nosotros, los creyentes en Jesús resucitado.
Nuestra misión es ni más ni menos que la continuación de la misión, del envío que el Padre Dios hizo a su Hijo, Jesús.
¡¡Recuerda que enviar en latín es «mittere», o sea, la raíz de misión!
Decimos que a la misión sólo se sale bien después de «contemplar el rostro de Jesús» (Lee en «Al comienzo del nuevo milenio. Cap. II)
Aceptamos que la misión es única, la de Cristo. El creyente la recibe y la cumple en cualquier parte, en cualquier situación.
Decimos que no hay un primero aquí y después allí. La misión no se cumple primero en un sitio y después en otro. La misión sólo se cumple desde la disponibilidad, allí donde el Espíritu quiera. El antes y el después no lo señala nadie más que el Espíritu. (Ver Hechos 16, 6 y ss)
Porque el Espíritu se nos da para la misión. La única manera de aceptar la misión es aceptar la iniciativa del Espíritu.
Decimos con el Papa que es necesario preparar con creatividad una nueva acción misionera. Que esta nueva acción acción evangelizadora hemos de programarla, aceptando que en Europa ha cambiado totalmente la situación, y que también entre nosotros se impone urgentemente un primer anuncio, lo que se llama una «misión ad gentes». (Ver «Iglesia en Europa», 46. «Al comienzo del tercer milenio», 40 y 41)
Decimos, también con el Papa, que esta nueva acción misionera tiene un marco nuevo, lo que él llama «el contexto de la globalización, de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas» (Ver «Al comienzo del nuevo milenio», 40)
Decimos que tenemos un reto: Crear un nuevo modelo de comunidad cristiana, que se defina, que se entienda a sí misma, y que se organice en función de la nueva respuesta misionera a esa nueva y cambiante situación global.
No aceptamos reducir la misión a lejanía, igual que no admitimos el primero aquí y después allá. La única frontera que descubrimos, no como una valla, sino como un reto, es la frontera de la falta de fe.
No aceptamos reducir la misión a la urgente e inaplazable cooperación al desarrollo. La primera misión fue desde los pobres a la rica y poderosa Roma. La misión no es producto europeo, ni fruto del desarrollo, sino marca de bautismo. Sea de donde sea, el agua bautismal es agua de misión.
La importancia primera, insustituible, urgente en la misión la tiene la persona. Son necesarios nuevos misioneros para la nueva misión. No se admiten chantajes de colectas, que quieren acallar las voces que piden más personas. Así entendemos la nueva comunidad misionera: Una comunidad, que en una ascesis de obediencia al Espíritu, se haga capaz de ofrecer personas a la misión.